A causa de la "inmadurez afectiva"
El año pasado se abrieron 161 causas, más del doble que hace diez años y 37 más que en 2005
Tras seis años de noviazgo, Ana María se casó con toda la ilusión. Ella y Agustín, su novio, tenían 29 años y ambos respondieron con un "sí" emocionado a cada pregunta del sacerdote en el altar. Cuatro años después, otro sacerdote le comunicó que la Iglesia declaraba que ese consentimiento había estado viciado y, por ello, era considerado nulo. La causa: Agustín se había casado "por el tiempo que dure el amor"; es decir, excluyendo la indisolubilidad, una de las condiciones del casamiento católico. ...
El juicio de nulidad matrimonial de Ana María y Agustín es uno de los 2011 que se tramitaron en el país desde 1983, cuando la Iglesia creó el Tribunal Eclesiástico Nacional. Desde entonces, los pedidos de nulidad fueron aumentando. Pero en los últimos seis años las cifras dieron un salto: en este período se registró la mitad de todos los expedientes iniciados en dos décadas y media. Mientras hace diez años se abrieron 77 causas, en 2006 hubo 161, bastante más que las 124 que tramitaron en 2005. Suele obtener sentencia favorable el 85 por ciento de los pedidos, informó a LA NACION el presidente de ese tribunal, monseñor José Bonet Alcón.
Las causas más repetidas, afirman en el Tribunal, están vinculadas a síntomas de la época como la inmadurez afectiva producto del narcisismo, el egoísmo o el individualismo llevado a niveles patológicos, que impiden a quien se casa evaluar el significado del matrimonio. También es frecuente, dicen los sacerdotes jueces, la incapacidad de asumir compromisos de largo aliento.
"Me caso pero no quiero tener hijos"; "consiento el matrimonio hasta que se acabe el amor"; "me reservo el derecho de mantener relaciones amorosas con otras personas". Tales las afirmaciones que aparecen cada vez más en los expedientes que salen con sentencia favorable. La Iglesia entiende que si estas decisiones estaban tomadas antes de casarse, el matrimonio no existió porque esos vicios del consentimiento excluyeron alguno de sus fines: el tener hijos, la indisolubilidad o la fidelidad.
Trastornos de personalidad
"La inmadurez no significa que son jóvenes que aún no maduraron lo suficiente, sino que algún conflicto en la vida de la persona interrumpió la maduración", explicó el padre Alejandro Bunge, vicepresidente primero del máximo tribunal eclesiástico argentino, en el que es juez desde 1986.
Esa inmadurez no siempre resulta evidente, agregó. Hay personas que son muy maduros desde el punto de vista profesional, pero no en lo afectivo. "No saben darse, no saben aceptar al otro o no llegan a dar el peso que tienen los deberes y derechos esenciales del matrimonio", ejemplificó.
Bunge señaló que lo que generalmente se presenta como causa de nulidad en realidad es síntoma de algún trastorno serio de personalidad que se pone de manifiesto. Una característica común en los casos de nulidad es el de matrimonios que duran muy poco, aun cuando vengan de noviazgos largos.
A dos años de haberse separado de Agustín, en 2002, Ana María inició el proceso de nulidad en uno de los cinco tribunales de la Iglesia, que funcionan en los arzobispados de Córdoba, Santa Fe, Tucumán, Buenos Aires y La Plata. Su caso fue rápido, pero no por eso menos dramático que los demás. "Ninguna sentencia de nulidad es una fiesta, porque nadie se casa para que le vaya mal", dijo Bunge.
Varias personas que vivieron la experiencia de un juicio de nulidad matrimonial coincidieron en que es un proceso "muy doloroso". Hay quienes no pueden siquiera terminar de responder el casi medio centenar de preguntas del formulario con el que se inicia el proceso.
"Es peor que el trámite del divorcio, porque acá tenés que responder a muchas preguntas muy personales", dijo Marcela, de 50 años, que obtuvo la nulidad de su matrimonio por inmadurez afectiva de su esposo.
Tres instancias
La sentencia del tribunal de primera instancia es revisada por el de segunda instancia, el Nacional. El proceso exige que cada caso tenga dos fallos concordantes; si el de primera y segunda instancia difieren, el expediente es remitido a la Rota Romana, que desempata en tercera instancia. El mes pasado, en una encendida defensa del matrimonio, el papa Benedicto XVI llamó al tribunal romano a poner más rigor y menos laxitud a la hora de conceder su anulación.
El tiempo de duración del proceso depende de la complejidad de las causas. Bunge informó que un juicio puede durar entre uno y seis años, según las dificultades que surjan para encontrar a los testigos.
Los jueces de los tribunales -en todo el país habría medio centenar- son en su mayoría sacerdotes especializados en derecho canónico que perciben sueldos muy bajos (Bunge, por caso, cobra 600 pesos mensuales).
En los últimos años, la Iglesia dejó de exigir que los abogados que representan a los cónyuges sean licenciados en derecho canónico, porque, si bien la Universidad Católica Argentina incluyó ese programa en 1992, todavía no hay tantos abogados especialistas en el interior. Basta con que los letrados tengan conocimientos del derecho canónico y sean autorizados por los tribunales de la Iglesia. Sus honorarios no deberían exceder, según sugerencia de la Iglesia, los 1200 pesos. De todas formas, son muchos los beneficiados por el patrocinio gratuito o el semigratuito. En este último caso se pagan sólo las costas, que no superan los 600 pesos en cada instancia.
"Pedí la nulidad porque pensaba casarme de nuevo -contó Norma, de 48 años-. Pero no se dio y ahora tengo el certificado archivado como un papel más. Fue tan doloroso el trámite que si tuviera que volver a hacerlo no lo haría." En su caso, el proceso demoró nueve años.
"La Iglesia no anula algo que existió, sino que afirma que en el momento del casamiento faltó algún elemento esencial o que estuvo viciado el consentimiento por algún impedimento", precisó Bunge.
Ana María sintetiza su experiencia: "Durante el juicio de nulidad me di cuenta de que en este tiempo no sabemos qué es el matrimonio. Lo bueno es que esa inconsciencia se puede salvar y no es algo por lo que uno tiene que pagar toda la vida".
Por Silvina Premat
Redacción de LA NACION
ALGUNOS CASOS QUE OBTUVIERON LA NULIDAD
Cuando el amor no deja ver claro
Una joven de 26 años y un joven de 28 se ponen de novios. Se quieren, pero todo el tiempo se pelean. A pesar de las disputas, persisten. Un día, la chica se da cuenta de que él le es infiel; él promete que no lo será más. A ella, sus amigos le advierten: "Mirá que este tipo es un loco". La chica sigue porque piensa que su novio cambiará, y se casan. La noche de la luna de miel él se va con otra. Hasta aquí los hechos.
"¿Qué le pasó a esa chica para no ver algo que todos veían? Si se empieza a escarbar se descubre que había un temor a quedarse sola y a que nadie la volviera a mirar", dice el padre Alejandro Bunge, vicepresidente el Tribunal Eclesiástico Nacional, que relató este caso y los que siguen. Aquí "el problema", precisó, no es la infidelidad del muchacho, sino la inmadurez afectiva de la joven.
Casados durante sólo una semana
Antes de contar este caso, el padre Bunge aclara que lo relata para ayudar a comprender hasta dónde pueden llegar la inmadurez y el sufrimiento de una persona. Tras dos años y medio de noviazgo, una pareja -ambos tenían cerca de 30 años- se casa y viaja, para su luna de miel, a otra ciudad. Pero la flamante esposa advierte que no habían viajado solos, sino que el novio había llevado a un grupo de amigos y amigas. La noche de bodas se convierte en una orgía.
Ella huye a su casa y se separa a los cinco días del casamiento. Después de un tiempo presenta el pedido de nulidad. En el proceso declaran personas del lugar donde se hizo la fiesta y se consiguen peritajes que demuestran que el hombre era un pervertido. En dos años y medio de noviazgo, ella no se había dado cuenta.
Sin coraje para decir que no
Un noviazgo normal que va por su quinto año. El muchacho consigue un trabajo en el interior, adonde se traslada a vivir y vuelve a la Capital a ver a su novia cada quince días. Pero en el interior conoce a otra mujer y no se anima a cortar con su novia de la Capital. Pasan dos años. El hombre ha tenido un hijo con la mujer del interior y convive con ella. La novia en la ciudad lo apura para casarse. El no se anima de decir que no... y se casa. Al mes no puede más y le confiesa la situación a su esposa.
"¿Qué pasó con ese hombre? Aunque fue a la Iglesia y frente al sacerdote dijo: « Sí, quiero » , en realidad no quería. Estaba simulando. Es un vicio del consentimiento porque, aunque dijo que sí, no quería casarse -explica el padre Bunge-. Aquí no hubo necesidad de ningún peritaje."
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